Una verdad incómoda

No se pierden personas, se gana paz. 

La gente no está ahí para ayudarte a superar tus obstáculos, ni para sentirse contenta de tus aciertos, muchas y muchos están ahí para sentirse mejor que tú frente a tus fracasos y caídas. 

No quieren saber de ti, a menos que obtengan algo de tus logros y victorias. Es una pena, pero esa es la realidad del mundo. Si no les sirves no importas. 

Las sonrisas no siempre son sinceras, y las palabras de aliento, muchas veces, esconden intenciones egoístas. No confundas compañía con lealtad, porque son dos cosas muy distintas. Estar rodeado de personas no garantiza que alguna de ellas esté realmente contigo.

Cada fracaso se convierte en un espectáculo para quienes esperan verte caer. Les alimenta, les da un propósito: comparar sus vidas con la tuya y encontrar consuelo en tus tropiezos. Son los primeros en desaparecer cuando el éxito llega, porque tu brillo les incomoda.

Hay quienes te tenderán la mano, pero no para ayudarte a levantarte, sino para asegurarse de que les debas algo. La ayuda desinteresada es un lujo que pocos ofrecen, y al final, la mayoría solo espera recoger algo a cambio de lo que te dieron.

A veces, el peor enemigo no está afuera, sino dentro de ti mismo. Las expectativas que depositaste en esas personas te convierten en el blanco perfecto para el desengaño. Pero eso no significa que la culpa sea tuya; significa que confiabas en algo que nunca estuvo ahí.

El silencio, la distancia, la soledad… Esas no son señales de fracaso, sino de fortaleza. Aprender a estar contigo mismo es un acto de resistencia en un mundo que te exige complacer a los demás. No todos lo entenderán, y eso está bien.

Es en la pérdida donde encuentras la verdad. Pierdes gente, sí, pero también pierdes ilusiones, expectativas, y las cadenas que te ataban a quienes nunca te valoraron. Lo que queda después de esa limpieza es la paz que siempre estuvo oculta.

No es amargura; es claridad. Ver a las personas por lo que realmente son te libera, aunque duela. Es como quitarte una venda de los ojos: al principio duele la luz, pero luego ves mejor el camino frente a ti.

Y cuando sigues adelante, te das cuenta de algo crucial: no necesitas llenar todos los espacios vacíos. La paz no viene de la multitud, sino de la certeza de que, aunque pocos, los que permanecen contigo lo hacen porque realmente quieren estar ahí.

No importa cuánto intentes mantener a ciertas personas a tu lado; los lazos débiles siempre se rompen. Y cuando se van, no queda vacío, solo espacio. Espacio para el eco de sus intenciones, para el frío que dejaron al marcharse, y para la verdad que nunca quisiste aceptar: estás solo. Y en esa soledad, paradójicamente, encuentras la única compañía que nunca te traicionará: la tuya.