Texas, el estado símbolo del petróleo, la independencia energética y la resistencia sureña, ha quedado paralizado por un enemigo inesperado: el frío. Durante días, una tormenta invernal histórica convirtió sus carreteras en pistas de hielo, sus viviendas en cajas de refrigeración y su infraestructura en un coloso de papel incapaz de soportar temperaturas de -18 ºC, las más bajas en tres décadas.
Lo que comenzó como un fenómeno meteorológico se transformó en una crisis humanitaria: más de 20 muertos, millones sin electricidad ni agua potable y un sistema energético colapsado. Familias atrapadas en sus casas recurrieron a métodos desesperados para calentar sus hogares, con consecuencias fatales: incendios por velas, intoxicaciones por monóxido de carbono y hospitales saturados en medio de la pandemia.
Pero más allá de las imágenes de tuberías congeladas y autopistas cubiertas de nieve, la tormenta de febrero de 2021 dejó al descubierto algo aún más alarmante: Estados Unidos no está preparado para enfrentar el cambio climático.

La gran mentira de la autosuficiencia energética
Texas es el único estado del país con una red eléctrica independiente. Un sistema diseñado para evitar la intervención del gobierno federal, pero que, en su obsesión por la desregulación, terminó siendo víctima de su propio modelo. Cuando la demanda de electricidad se disparó, el sistema colapsó, dejando sin luz a más de cuatro millones de personas.
Desde las primeras horas del apagón, las autoridades intentaron culpar a las turbinas eólicas congeladas. Pero la realidad fue más compleja: las plantas de gas, carbón y energía nuclear también fallaron. Sin infraestructura adecuada para el frío extremo, las tuberías de gas natural se congelaron, las líneas de transmisión colapsaron y el estado quedó en la oscuridad.
Texas, con su orgullo energético, se había confiado en la idea de que siempre tendría suficiente energía. Pero la tormenta demostró que la autosuficiencia sin planificación es solo una ilusión.
La catástrofe humanitaria que nadie vio venir
El frío extremo no solo paralizó la economía del estado; desató una crisis de supervivencia. Sin electricidad ni calefacción, miles de personas recurrieron a generadores en interiores, provocando intoxicaciones por monóxido de carbono. Un incendio en Houston, causado por velas utilizadas para iluminar una casa, dejó cuatro muertos. En algunas zonas, la gente recogía nieve para hervirla y así poder obtener agua potable.
El colapso no fue solo eléctrico, sino de infraestructura básica. Treinta y tres condados texanos reportaron interrupciones en el suministro de agua potable, afectando a más de 13 millones de personas. El agua que salía de los grifos era marrón y contaminada. Para millones, la crisis del frío se convirtió en una lucha desesperada por la subsistencia.
Cambio climático: la amenaza que Texas ignoró
La gran paradoja de la tormenta es que Texas ha sido históricamente uno de los estados más escépticos respecto al cambio climático. Políticos y líderes empresariales han negado sistemáticamente su impacto, mientras defienden un modelo energético basado en combustibles fósiles.
Pero la ciencia es clara: el calentamiento global no solo aumenta las temperaturas, sino que también altera los patrones climáticos, haciendo que los eventos extremos sean más frecuentes e intensos. Las masas de aire frío del Ártico, que solían permanecer confinadas en el polo, ahora descienden con más fuerza debido al debilitamiento de la corriente en chorro. El resultado es lo que Texas acaba de vivir: inviernos cada vez más extremos en lugares donde antes eran impensables.
Negar esta realidad ya no es una opción. Si Texas no adapta su infraestructura, si sigue dependiendo de un sistema eléctrico frágil e inflexible, volverá a colapsar con la próxima tormenta.
Una advertencia para el resto del mundo
El desastre texano no es un caso aislado. Lo que ocurrió en febrero de 2021 es un adelanto de lo que otras regiones podrían enfrentar en los próximos años si no toman medidas urgentes. Las infraestructuras no están diseñadas para la nueva realidad climática. Lo que antes era un fenómeno raro se está convirtiendo en una amenaza recurrente.
La crisis energética de Texas también impactó a México. El norte del país sufrió cortes de energía debido a la interrupción del suministro de gas natural texano. Las fábricas, las casas y hasta los hospitales sintieron el impacto de un modelo energético dependiente de un solo proveedor.
Joe Biden, en su primer gran reto como presidente, declaró estado de emergencia en Texas, pero el problema trasciende una administración. Se trata de un modelo energético que ya no es sostenible.
La gran pregunta: ¿qué sigue?
La tormenta ya pasó, pero sus efectos perdurarán. Miles de texanos siguen reparando los daños en sus casas, las aseguradoras enfrentan reclamos millonarios y las autoridades intentan responder a las críticas por la falta de preparación.
Texas tiene dos opciones: o aprende la lección y moderniza su infraestructura para resistir un clima cada vez más extremo, o se resigna a que su red eléctrica colapse cada vez que el tiempo decida ponerla a prueba.
Lo que está en juego no es solo el bienestar de los texanos, sino el futuro de la resiliencia climática en Estados Unidos.
Y el próximo desastre, sea por frío o por calor extremo, no esperará a que el estado tome una decisión.