Es raro ver vacía la pulga de Álamo, en Texas. Durante años ha sido un punto de encuentro para familias, trabajadores migrantes y curiosos que cruzaban el río Bravo para convivir entre música, sabores y precios accesibles. Ese mismo espacio aparece en redes sociales como un escenario desierto, marcado por el miedo. Bastan las noticias de operativos de ICE en la región para desatar la alerta. Basta el miedo para dejar los pasillos vacíos, y para generar incertidumbre.
Por estos días, en ciudades como Hidalgo, McAllen, Mercedes, Harlingen, San Benito y todo el Valle de Texas, han comenzado a realizarse operativos para detener a migrantes indocumentados. Son redadas enfocadas en casas de seguridad, sitios de construcción, zonas vulnerables, pero también en lugares de trabajo. Sus efectos son mucho más amplios que la lista de detenidos. La comunidad lo siente. Lo vive. Lo comenta. Y lo teme.
El mensaje que reciben muchas familias es claro. Están siendo vigiladas. Están siendo perseguidas. Incluso en espacios cotidianos, como un mercado, un estacionamiento o una calle cualquiera, la ansiedad crece. No es sólo la posibilidad de ser arrestado. Es el hecho de saber que, en cualquier momento, un operativo puede fracturar la vida de una familia entera. En el Valle muchas familias son binacionales, y lo que ocurre de un lado de la frontera, se siente del otro. Lo que pasa en McAllen, retumba en Reynosa. Lo que pasa en Brownsville, inquieta en Matamoros.
Por eso la diputada Magaly Deandar ha salido a hablar con claridad. Las redadas provocan miedo, ha dicho. Y ese miedo, aunque a veces intangible, tiene consecuencias concretas. Familias que cancelan sus planes. Comercios que pierden clientela. Comunidades enteras que entran en modo de alerta. En medio de este panorama, el Congreso de Tamaulipas planea emitir un pronunciamiento para mostrar solidaridad con los connacionales afectados. Un gesto simbólico, sí, pero no menor. Porque reconocer la existencia del problema ya es un paso importante.
Deandar lo ha dicho con claridad: la mayoría de los migrantes no buscan problemas. Buscan oportunidades. Buscan una vida. Y no cualquier vida, sino una donde el trabajo y el esfuerzo puedan transformarse en futuro. En muchas de estas historias no hay crimen, no hay amenaza, no hay conspiración. Solo hay personas que cruzaron una frontera para intentar sobrevivir. Personas que dejaron atrás violencia, pobreza o falta de oportunidades. Y ahora enfrentan la posibilidad de ser devueltas, no por ser un peligro, sino por ser invisibles en un sistema que prefiere no verlas.
No se trata de cuestionar el derecho soberano de Estados Unidos para definir y proteger sus fronteras. Ese derecho existe y es legítimo. Pero hay una diferencia entre protegerse y criminalizar. Entre tener políticas migratorias y sembrar terror. Las redadas masivas no solo afectan a quienes son detenidos. También golpean la confianza social, el tejido comunitario, el estado emocional de miles de personas que viven, trabajan y contribuyen silenciosamente a la vida de ese país.
Estados Unidos es una nación construida sobre la migración. Su espíritu, su fuerza laboral, su diversidad cultural, tienen raíces en millones de personas que llegaron buscando un nuevo comienzo. Romper con esa esencia no solo es un error histórico. También es una fractura moral. Porque enviar agentes a recorrer pasillos de mercados, o utilizar vehículos con placas mexicanas para generar confusión, no parece una estrategia de seguridad. Parece un intento deliberado de generar pánico.
Frente a todo esto, hay una idea poderosa. México debe tener las puertas abiertas para quienes deseen regresar. Pero no basta con el discurso. Hace falta crear condiciones reales de apoyo, programas de reintegración, oportunidades para que quienes regresan encuentren algo más que una bienvenida simbólica.
El desafío para ambos países es encontrar un equilibrio. Estados Unidos debe poder mantener el orden, pero sin romper con los principios que le dieron origen. México no debe caer en la confrontación. En medio de esta tensión, hay miles de personas que sólo quieren vivir en paz.
El problema migratorio no se resolverá con redadas. Ni con discursos. Ni con muros. Se resolverá cuando se entienda que detrás de cada historia de migración hay una historia de necesidad, de esperanza. Y si eso no se reconoce, entonces no estamos hablando de política migratoria, estamos hablando de negación.
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Publicado en El Mañana de Reynosa: https://www.elmanana.com/opinion/columnas/asedio-en-la-frontera-5990922.html
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