Sombras de la injusticia

La ambición se desenmascara, pero la ignorancia se grita a sí misma. Son deformidades que, aunque intenten esconderse, siempre encuentran la manera de emerger, podridas y evidentes.

Mira a tu alrededor y verás que quienes cargan con una, arrastran la otra como una sombra que los consume. Estas personas no solo avanzan, sino que parecen empeñadas en arrastrar a otros hacia el abismo de su miseria.

Es verdad, a todos nos cuesta aceptar nuestros errores, pero para aquellos atrapados en este laberinto de ambición e ignorancia, esa carga es un yugo que los retuerce y deforma.

La ambición se desenmascara, pero la ignorancia se grita a sí misma. Son deformidades que, aunque intenten esconderse, siempre encuentran la manera de emerger, podridas y evidentes.

Mira a tu alrededor y verás que quienes cargan con una, arrastran la otra como una sombra que los consume. Estas personas no solo avanzan, sino que parecen empeñadas en arrastrar a otros hacia el abismo de su miseria.

Es verdad, a todos nos cuesta aceptar nuestros errores, pero para aquellos atrapados en este laberinto de ambición e ignorancia, esa carga es un yugo que los retuerce y deforma.

Quienes han tenido la desgracia de cruzarse con estas criaturas han sido testigos de un ciclo vicioso y corrosivo, un ciclo que devora la realidad y extingue hasta la última chispa de empatía.

La política es un terreno pantanoso, ya lo sabemos. Las historias que circulan sobre la arrogancia y el abuso de poder no son solo cuentos; son retratos de aquellos que han ensuciado los pasillos de las oficinas gubernamentales, legislativas y judiciales de este país.

Hay casos tan asquerosos que parecen infectar todo a su alrededor, aferrándose al poder como una plaga que se niega a ser erradicada por el tiempo.

Las memorias que secretarias, choferes y asistentes guardan son bombas de tiempo, listas para detonar y exponer la podredumbre de nuestra sociedad en toda su magnitud.

Ambición e ignorancia desmedidas: un banquete envenenado que repugna a cualquier alma decente.

Y mientras sigan alimentándose de su ambición podrida y su ignorancia ciega, seguirán infectando cada rincón, cada institución, cada futuro. No habrá justicia ni paz mientras estas deformidades gobiernen las sombras de nuestro país, aplastando lo poco que queda de esperanza.

El poder, cuando se mezcla con la estupidez y la codicia, no solo corrompe, sino que devora. Y si no ponemos fin a este ciclo de veneno, pronto seremos nosotros, todos, los que quedemos enterrados en su fango.