Pequeñas grandes cosas

Con el paso del tiempo valoro más la tranquilidad, mi paz mental. Me siento afortunado por las cosas sencillas y los pequeños detalles. 

Hace un tiempo pasé por días agitados, viajando constantemente por dos años, de un lado a otro con el horario medido, comiendo a deshoras y muchas veces sin saber que seguiría más adelante. 

Aunque la pasé bien, hoy es diferente y estoy más satisfecho. 

A mis 29 veranos, estoy enganchado a esa armonía que siento al levantarme de la cama donde dormí con quien amo. Esta rutina llena de amor y cotidianidad no la cambio por nada.

Es una delicia saberme vivo con una oportunidad más para respirar, oler y saborear en bocados diminutos mi realidad, este último año me enseñó que ya no puedo vivir sin exprimir hasta la última gota de mi tiempo. 

No tener que lidiar con el estrés es una bendición que aprovecho al límite, me enfoco en que solo se vive una vez y por eso intento pensar y sentir lo que se me antoja. La preocupación sin control no sirve para nada. 

Este maldito encierro por causa de la pandemia se convirtió en una bendición al estar junto a mi familia. 

Estamos en paz, con salud y mucho tiempo para nosotros mismos, abrazando nuestros antojos, besándonos los ojos, disfrutando comida caliente y comodidad en casa. 

Vivir sin sobresaltos y con costumbres sencillas es quizá mi mayor fortuna, lo que me recompensa con tanta serenidad en mi interior.