Compañía en la sombra

Los demonios no se han ido. Sé que están ahí y eso no lo puedo remediar; son parte del ayer y de lo que aún falta de esta historia. Los evito para dejarlos guardados, porque sé que están más seguros escondidos que en libertad.

Me han acompañado durante tanto tiempo, crecieron conmigo y de mí. Aprendieron de mis miedos y de mis inseguridades; se han alimentado de todos mis puntos flacos. Esa es su naturaleza oscura.

Esta lucha interna, plagada de reflexiones, me provoca una introspección poderosa; me atrapa y no me deja dormir esta noche, y así pasa siempre que lo pienso.

Sin embargo, hay algo que reconocer: estos demonios son tan parte de mí como lo son las huellas de mis pasos. No los desecho, porque ellos también cuentan mi historia. No son solo las sombras; en ocasiones, son la chispa que me ha obligado a seguir adelante, a buscar la luz. Es curioso pensar que, en su oscuridad, me han dado claridad, y en su constante acecho, me han enseñado a resistir.

Así, no los enfrento ni los escondo del todo; simplemente los contemplo. Permanezco en este delicado equilibrio entre la aceptación y el temor, entre la lucha y la rendición, sabiendo que estos demonios, aunque oscuros, me recuerdan que sigo vivo, que sigo sintiendo, que sigo siendo humano… Y quizá, en esa coexistencia, encuentre algo más valioso que la paz: la comprensión de mí mismo.

Porque, al final, no se trata de vencerlos, sino de entenderlos. Ellos son la sombra que se forma cuando la luz de mi esencia toca las heridas que el tiempo ha dejado.

Mientras siga caminando, mientras siga respirando, esos demonios seguirán siendo mi reflejo, imperfecto pero honesto, de un alma que no se rinde, de un corazón que, a pesar de todo, sigue latiendo con fuerza.

Y tal vez, solo tal vez, en esa continua danza entre la oscuridad y la luz, descubra que no necesito deshacerme de mis demonios, porque ellos también son parte de mi historia, y esa historia, con todas sus cicatrices, es lo que me hace ser quien soy.